Historia de amor racional: el cerebro contra el corazón
Se sintió atraída por Emilio desde la primera conversación. Desde el día que lo conoció Elena no podía apartar de su mente aquella sonrisa encantadora, aquella mirada intensa, ni la forma en que dirigía sus manos hacia ella cuando la hablaba. Manos, ojos y boca la buscaban en cada ocasión como invitándola a vivir una apasionada historia de amor. Y Elena no puso impedimentos.
Enamorada del hombre equivocado
Desde el primer momento Elena se dejó llevar por sus impulsos más básicos. Dejó hablar a sus sentidos y le dijeron que ellos querían a ese hombre, que sabía lo que tenía que hacer con ellos, que hablaba su mismo lenguaje. Y así, los sentidos de Elena se enamoraron locamente de Emilio. Y Elena también.
Emilio era tan diferente a los demás hombres que había conocido, que Elena vivía al día, sin pautas, sin normas, solo dejándose llevar por la pasión. Buscando el siguiente encuentro con Emilio, tocarle otra vez, amarle. O simplemente escuchar su voz. Estaba totalmente hechizada por las manos, los ojos y la boca de aquél brujo del deseo, de aquél mago de la piel.
Sin embargo, el enamoramiento de Elena se caracterizaba más por la urgencia, no tanto porque fuera ciego. Y es que podía ver perfectamente el lado oscuro de Emilio, sus incoherencias, sus lagunas, sus olvidos, que compensaba con tantos detalles oportunos y caricias que enganchaban. Y también estaban sus arranques de ira, su mirada llena de odio, hacia Elena o hacia el mundo, en momentos puntuales.
Evaluando los daños del amor
Esa mirada cargada de odio era una mirada tóxica que envenenaba a las mariposas de Elena. Las mariposas del estómago caían fulminadas en cuanto percibían la tormenta de ira, que solía empezar por esa mirada de odio, a la que seguía una profunda exhalación de aire y continuaba en un puñetazo en la pared. O en la mesa. O en lo que tuviera delante.
Por suerte eran pocos esos episodios violentos. No eran la norma. La norma era una pasión inagotable, un deseo constante y, sobre todo, necesidad. Elena necesitaba sentir a Emilio cerca todo el tiempo. Pero tenía miedo de él. Su parte racional decía a Elena que saliera corriendo, lo más lejos posible. Mientras que su parte animal la convencía de quedarse entre sus brazos.
Emilio la invitó a pasar un fin de semana en su casa en el campo y la invitación iba acompañada de grandes sorpresas. Mientras conducía hasta la casa de campo donde la espera Emilio, Elena empezó a imaginar qué tipo de sorpresas se encontraría. Y sintió miedo. No confiaba en Emilio. No confiaba en ella misma. Así que paró su coche en la puerta de la casa, pensó en su futuro tintado de temor y dio la vuelta. Se marchó lo más lejos que pudo.
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