Historia de amor infiel: un hombre escondido en el armario
Aquella relación no había empezado con el toque de romanticismo, ni siquiera de seriedad, que se requiere para vivir una historia de amor consistente. Aquella relación había empezado con unas copas de más, una noche de tormenta y una llave que se negaba a entrar en la cerradura.
Encontrar el amor en un bar
La gente se empeña en despreciar esos amores de verano que surgen con una barra de bar de por medio. Pero lo cierto es que pueden llegar a ser tan intensos como cualquier otro. Rosa se quedó prendada del camarero en cuanto se sentó y le vio acercarse a ella. Se acercaba a ella porque ese era su trabajo, preguntar qué iba a tomar, pero Rosa se sintió como si su caballero andante la estuviera invitando a una copa.
Había ido a aquél pueblo costero a pasar una largas, largas vacaciones, porque las necesitaba así de largas y porque estando en el paro y sin perspectivas de trabajo, refugiarse en el mar le había parecido la mejor opción. Más tarde se le unirían en sus vacaciones la hermana de su novio y, algo más tarde, su novio. Pero eso sería más tarde, aún tenía tiempo.
Encandilada con aquél moreno que hacía de poner copas un verdadero arte, Rosa se pasó la noche bebiendo, hablando con el camarero, bebiendo, sonriendo al camarero, bebiendo...Si no cambiaba de bar era por la tormenta que estaba cayendo y parecía que no iba a parar. Pero con tormenta o sin ella, la noche tenía que llegar a su fin, y el bar a su hora de cierre.
Así que Rosa se fue a casa, con ciertas dificultades para localizar su apartamento, pero con éxito al final. Fue cuando intentó abrir la puerta que no había manera. Si fue por el estado de ebriedad, por el temblor de las manos o porque la tormenta había hinchado la puerta de madera, no lo sabrá nunca. El caso es que era incapaz de abrir la puerta, era incapaz de entrar en su apartamento.
Infiel entre copas
La suerte o el destino quiso que su camarero andante viviera en la misma calle y allí se la encontró, pasadas las cinco de la madrugada, intentando abrir la maldita puerta. Y esta vez fue la suerte, no el destino, la que quiso que la puerta se abriera al instante, con lo que la admiración de Rosa por aquél hombre hábil y sexy llegó a su cénit. Aquél favor se merecía un gesto de agradecimiento y Rosa le invitó a entrar.
Rosa era muy consciente de que había tenido una aventura con ese hombre. Bueno, ligeramente consciente, al menos, porque al despertarse con una resaca tremenda, las sábanas aún olían a él. Primera vez que le era infiel a su novio, pero no se sentía nada mal; si no fuera por la santa resaca. Se sentía tan bien que estaba deseando recuperarse y volver a verle.
Y le volvió a ver, esta vez en mejores condiciones. Y él le dijo a Rosa cosas bonitas, y ella se las creyó todas, así que le volvió a invitar a su casa. Fue una noche de pasión y entrega total, sin pensar en nada más que en su cuerpo y en el que tenía al lado, debajo, encima... hasta que se abrió la puerta del apartamento y oyó entrar a María, la hermana de su novio.
El camarero andante no tuvo más remedio que esconderse en el armario, mientras María llamaba a la puerta de la habitación de Rosa y ésta le decía que esperara un momento. Así pasó media noche, el sexy y excitante amante de Rosa, escondido en el armario porque María llegaba con ganas de hablar, ganas de hablar y de sentarse en la cama de Rosa. Y estaba tan cansada qué no le apetecía moverse de allí, decía.
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