Historia de amor en primavera: siguiendo el ritmo de las estaciones
Andrea se despertó aquel día con una sonrisa radiante, siendo plenamente consciente de que era el día perfecto para enamorarse. Era su momento de vivir una nueva historia de amor, así se lo habían comunicado los días previos los rayos de sol que la pusieron en modo amor. Había llegado la primavera y, como cada año, a Andrea le tocaba vivir su historia de amor primaveral.
Enamorarse en primavera
Andrea se vistió para enamorar. Enterró los tonos oscuros en el fondo del armario y sacó estampados y colores vivos más acordes con el ritmo de su corazón. Después del trabajo le esperaba una tarde soleada de terrazas con las amigas donde seguro encontraba a su nuevo amor. Así estaba escrito. Estaba escrito que Andrea se enamorara cada primavera, de una forma intensa y poderosa, que iría decayendo a final del verano para olvidarse definitivamente de su amor con la llegada del otoño.
Esta particularidad de los amores de Andrea no hacía que viviera sus historias de amor con menos entrega ni con menos pasión. Sabía que el amor se desvanecería en los primeros días del otoño, pero hasta entonces, vivía su amor primaveral y veraniego como si fuera un amor para siempre. Aunque bien sabía que el amor para siempre no estaba destinado a ella. Andrea se apagaba en otoño de forma inevitable.
Tal como estaba previsto, Andrea conoció aquella tarde a César. Un publicista, como ella, que se quedó prendado de su mirada brillante nada más verla. La conversación fluía de forma natural y descubrieron que tenían tantas cosas en común. Aquella historia prometía entendimiento, pero también fuego y pasión. Andrea lo dio todo desde el principio y César estaba encantado por aquella mujer que no tenía miedo a entregarse y que vivía cada minuto como si fuera el último.
Y llegó el otoño
Andrea sabía que no disponía de mucho tiempo. La primavera va más tranquila, pero el verano se pasa volando. Así que desde el minuto uno se convirtieron en una pareja, la relación iba más deprisa de lo que César estaba acostumbrado, pero no le importó porque adoraba a aquella mujer que le sonreía continuamente y que iluminaba sus días. César estaba completamente enamorado y Andrea también. Pero Andrea no tenía mucho tiempo, no tenía toda la vida por delante, como César. Tan solo disponía de un par de estaciones.
Pasaron las vacaciones de verano juntos, más juntos de lo hubieran podido imaginarse. Pero los días se hacían más cortos y el resplandor de Andrea perdía intensidad. César lo intuyó, como solo pueden intuirlo las personas que están destinadas a ti. Y después de muchas preguntas, Andrea le confesó lo que le ocurría. Su amor tenía fecha de caducidad. En otoño ella no era capaz de amar, ni siquiera era capaz de sentir. Sólo se apagaba y esperaba a la primavera siguiente.
César no fue el primero al que Andrea le confesó tu estacionalidad amorosa. Pero sí fue el primero que no se dio por vencido. Ambos tenían profesiones creativas, no estaban atados a ningún lugar. Poco antes de que el verano llegara a su fin, cuando ya Andrea apenas sonreía, César apareció con dos billetes de avión. Se iban a la otra parte del mundo, a un lugar donde fuera primavera. Y desde entonces van persiguiendo a la primavera por todo el globo, esa primavera que mantiene su historia de amor.
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