¿Qué estaremos perdiendo en este exacto momento?
Hace unos años el diario norteamericano The Washington Post realizó un interesante experimento para evaluar la percepción, el gusto y las prioridades de la personas.
Pidió a uno de los mejores músicos del mundo, al violinista Joshua Bell, que interpretara durante 45 minutos las más elaboradas piezas de Bach, tal como lo había hecho dos días antes en un teatro en Boston donde los 100 dólares promedio del precio de la butaca no fueron obstáculo para que colmara la plaza.
Bell tocaría esa vez gratis en una estación del Metro, pero iría de incógnito. El resultado fue que de las cerca de mil personas que pasaron frente a él en aquella fría mañana de enero, solo unas siete se detuvieron a escuchar la música, mientras otras 20 dejaron caer alguna moneda hasta completar la fortuna de 32 dólares. El más interesado fue un niño de tres años que finalmente fue arrastrado por su madre para volver a su rutina diaria.
Nadie identificó al instrumentista, como tampoco sospecharon que aquella música estaba entre las más complejas que se escribieron alguna vez, ni que la ejecución magistral brotaba de un violín tasado en 3,5 millones de dólares.
Las respuesta a las interrogantes que motivaron el estudio ¿Percibimos la belleza? ¿Nos detenemos a apreciarla? ¿Reconocemos el talento en un contexto inesperado? saltaron por sí mismas.
Presumo, además, que el experimento funcionó como una insustituible lección de humildad para Bell y que la pregunta para usted, que me lee ahora, como lo fue para mí cuando descubrí esta historia real, sea: ¿Cuántas personas excepcionales nos habremos perdido en medio de nuestras prisas cotidianas? ¿Qué otras cosas nos estaremos perdiendo en este exacto momento?
¡Abre los ojos!
¿Percibimos la belleza que está cerca de nosotros?
Pidió a uno de los mejores músicos del mundo, al violinista Joshua Bell, que interpretara durante 45 minutos las más elaboradas piezas de Bach, tal como lo había hecho dos días antes en un teatro en Boston donde los 100 dólares promedio del precio de la butaca no fueron obstáculo para que colmara la plaza.
Bell tocaría esa vez gratis en una estación del Metro, pero iría de incógnito. El resultado fue que de las cerca de mil personas que pasaron frente a él en aquella fría mañana de enero, solo unas siete se detuvieron a escuchar la música, mientras otras 20 dejaron caer alguna moneda hasta completar la fortuna de 32 dólares. El más interesado fue un niño de tres años que finalmente fue arrastrado por su madre para volver a su rutina diaria.
Nadie identificó al instrumentista, como tampoco sospecharon que aquella música estaba entre las más complejas que se escribieron alguna vez, ni que la ejecución magistral brotaba de un violín tasado en 3,5 millones de dólares.
Las respuesta a las interrogantes que motivaron el estudio ¿Percibimos la belleza? ¿Nos detenemos a apreciarla? ¿Reconocemos el talento en un contexto inesperado? saltaron por sí mismas.
Presumo, además, que el experimento funcionó como una insustituible lección de humildad para Bell y que la pregunta para usted, que me lee ahora, como lo fue para mí cuando descubrí esta historia real, sea: ¿Cuántas personas excepcionales nos habremos perdido en medio de nuestras prisas cotidianas? ¿Qué otras cosas nos estaremos perdiendo en este exacto momento?
¡Abre los ojos!
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