San Valentín, una estupidez que hace daño
"¿Qué vais a hacer hoy, chicas?", cotillea Mari Pili en la hora del cafecito. "Pues qué vamos a hacer, lo de siempre: yo iré al gimnasio, me haré cualquier cosa para cenar y a la cama prontito, que mañana madrugo y 'todavía' es viernes", responde Rosa como si lo tuviese grabado. "¿Cómo que lo de siempre? ¡Pero si es San Valentín!", casi se enfada Mari Pili.
Rosa es de las que pasan completamente de San Valentín. De las muchas, por no decir la mayoría, que manifiestan su apatía y rechazo al sobrevalorado Día de los Enamorados. Porque sólo Paris Hilton parece no tener vergüenza en mostrar su ilusión por este 'invento del Corte Inglés'. Las demás somos demasiado maduras como para que nos afecte. Las que tienen novio, porque van de duras, y las que no lo tienen, para convencer a los demás y así mismas que les trae sin cuidado.
El poder de un ramo de rosas
En mitad de mi reflexión y con el debate de mis amigas de fondo, se acercó el camarero. Alguien había traído un ramo de flores para Rosa. Rápidamente -que sepamos, Rosa no tiene amantes ni acosadores que nos den horas y horas de entretenimiento- pensamos en su novio David: ¡Qué mono, sabe que a esta hora siempre estamos en la cafetería y le ha enviado rosas! Qué bonito.
Nadie parecía acordarse ya de sus arguementos. Rosa, la misma que hace dos minutos ponía a parir el Día de los Enamorados, no podía quitar la sonrisa de su rostro y sus ojos brillaban de emoción. Mari Pili, la misma que mostraba hace esos dos minutos su entusiasmo por San Valentín, no podía disimular parte de envidia, parte de tristeza, por no haber sido ella la receptora del regalo y, sobre todo, por no tener en este momento pareja.
Y yo... bueno, a mí San Valentín me da igual, es un día estúpido sin otra razón de ser que el consumismo obligado, una tradición absurda para parejas cursis que no saben valorar el día a día y tienen que forzar su amor una vez al año. Sí, el maldito ramo de flores me ha 'tocado'.
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